Empatía, trabajo en equipo, solidaridad y, especialmente gratitud y generosidad, son los valores que pretende destacar el relato corto de esta semana, titulado “El país de los ratones”. Fundamentales todos ellos en aras a una óptima convivencia en un mundo donde, recordemos, no vivimos solos y necesitamos de los demás para nuestro bienestar.
Hace mucho tiempo, en una región del Tibet, existió un monarca muy sabio. En su país vivían de la agricultura y habitaban también muchísimos ratones, que vivían en paz con los humanos. Así, cuando los agricultores terminaban de recoger el trigo y la cebada, ellos se abastecían con lo que quedaba para sobrellevar el invierno con suficiente comida para todos.
Pero un año la cosecha fue mala y apenas quedaron sobras de los cereales. Los ratones temían no tener suficiente comida para todos y morir durante el invierno. Así que el jefe de los ratones fue a ver al monarca. Una vez ante él le dijo:
—Señor, hasta ahora nosotros los ratones vivíamos de lo que sobraba de la cosecha de cereales, pero este año no ha sobrado nada y tememos morir durante el invierno por falta de alimento.
El monarca, se quedó pensativo y preguntó:
—¿Y qué podemos ofreceros?
—Bastará con el grano de uno de vuestros silos. Con eso tendremos para todos durante el invierno. El próximo año, si la cosecha es buena, devolveremos todo el grano prestado y os llenaremos un silo entero—, respondió el ratón.
—De acuerdo. Podéis llevaros el trigo de uno de nuestros silos—, contestó el rey.
El ratón salió muy contento de allí. Llamó a todos los ratones del país y cuando los tuvo a todos reunidos les dijo:
—El monarca nos permite llevarnos todo el trigo de uno de sus silos. Debemos llevárnoslo lo antes posible.
Los ratones se unieron y todo comenzaron a llevar granos de trigo entre los dientes, enroscados en la cola, sobre el lomo, … En solo un día, dejaron el silo vacío.
Ese invierno los ratones lograron sobrevivir gracias a la generosidad del monarca, y al año siguiente, que la cosecha fue espectacular, cumplieron su palabra y devolvieron, uno a uno, los granos de trigo que los humanos les habían prestado.
Pero un año después, el país vecino declaró la guerra al país de los ratones. Cuando el ejército enemigo estaba al otro lado del río, muy cerca de su país, el jefe de los ratones fue de nuevo a ver al rey:
—Señor: nos ayudaste cuando nosotros te necesitamos y ahora queremos ayudarte a ti.
—¿Y cómo podéis ayudarme vosotros, que sois tan pequeños?—, preguntó asombrado el monarca.
—Confía en nosotros, sabemos lo que podemos hacer.
El rey, después de pensar un rato, contestó:
—Ya me demostrasteis la otra vez que cumplís vuestra palabra. Me fío de vosotros. Haced lo que tengáis que hacer. Si conseguís librarnos del enemigo os recompensaré.
El ratón salió y se dirigió a todos los ratones del país:
—¡Amigos, el monarca nos necesita! Debemos acabar con el enemigo.
Esa noche, mientras los soldados enemigos dormían, los ratones cruzaron sigilosos el río. Y comenzaron a roer las tiendas de campaña, sacos de dormir, mechas de las municiones, armas, … Después, se fueron por donde habían venido.
A la mañana siguiente, los soldados enemigos al despertar comprobaron el destrozo. Todo había quedado inutilizado. Se miraron entre sí y al pensar que había sido un sabotaje de alguno de los suyos comenzaron a pelear entre ellos. En ese momento, el rey hizo sonar el cuerno de batalla y los soldados del país vecino, pensando que les atacaban, huyeron.
El monarca se libró del enemigo gracias a los ratones, y al verse con ellos de nuevo les dijo:
—¡No sé cómo daros las gracias! ¡Habéis salvado nuestro reino!
—Estamos orgullosos de ello. Solo os pediremos dos cosas. Nuestras madrigueras están junto al río y cuando llueve mucho y hay crecida se inundan. Necesitamos que construyáis un dique para detener el agua—, respondió el ratón.
—¡Eso está hecho! ¿Y cuál es la segunda petición?—, añadió el rey.
—Los gatos—, dijo el ratoncito.
—No os preocupéis. A partir de ahora prohibiré la entrada de gatos en nuestro reino—, apostilló el monarca.
Tras esta conversación el rey envió un mensaje al enemigo, que decía: «Nuestros ratones han conseguido echar a vuestros soldados. Si volvéis a amenazarnos os lanzaré a los perros, y si insistís, a todas las fieras del reino».
El monarca enemigo, al darse cuenta de lo que habían hecho unos ratones tembló al pensar en lo que serían capaces de hacer el resto de animales de aquel país, así que decidió no volver nunca más por allí. Y así fue cómo el país de los ratones comenzó una próspera etapa llena de felicidad y paz.
Moraleja: Varias son las lecturas que se extraen del relato. En primer lugar, el valor de la empatía, la misma que tuvo el rey al ponerse en el lugar de los ratones y contemplar las necesidades que estos tenían.
También se pone en valor la generosidad y confianza. El rey se mostró generoso: aunque ellos también necesitaban el trigo se percató de que la vida de los ratones dependían de su ayuda. Y confió plenamente en la palabra del ratón. Para que alguien te demuestre confianza solo has de confiar en él. Verás cómo te responde positivamente.
De esto último se desprende otra de las virtudes de las personas de bien: la gratitud. Tan agradecidos estaban los ratones de que el rey hubiese salvado sus vidas que se ofrecieron para ayudarle en un momento crítico.