El relato corto de esta semana plantea lo que para mucha gente es un auténtico quebradero de cabeza, que puede incluso derivar en un problema mucho mayor. Lee con atención “No puedo decirte que no” y toma nota. Te servirá de gran ayuda.
Luis había invitado a Andrés a un café. Andrés había trabajado en una empresa informática hasta hacía cuatro años, cuando lo dejó todo para irse a al pueblo de Luis. Pero, siendo vecinos, hacía tiempo que no charlaban tranquilamente.
Andrés llegó puntual a la cita. Tras una breve conversación Luis le pidió un favor:
—Estoy teniendo muchos problemas con el ordenador. Ya sabes que la tecnología y yo no nos llevamos demasiado bien, así que te querría pedir si podrías revisarme la instalación.
Bastaba ver la cara de Andrés para darse cuenta de su incomodidad. Lo que le estaba pidiendo Luis no le hacía ninguna gracia. Sin embargo, lejos de hacer caso a los gestos de su amigo, Luis insistió:
—De hecho, no solo me gustaría que revisaras la instalación; también que actualizases el sistema operativo.
La cara de Andrés lo decía todo, pero era incapaz de articular palabra. Se limitó a emitir un casi inaudible “cuando quieras”, con la mirada clavada en el suelo.
Luis, plenamente consciente de la tensión que había provocado, le dijo:
—Hace cuatro años que no te dedicas a la informática y sé que te horroriza hacer lo que te pido. ¿Por qué no te niegas?
—Luis, a ti no puedo decirte que no—, respondió Andrés.
—Como tampoco puedes decirle que no a María, ¿verdad?—, le espetó Luis.
Andrés entendió que todo era una encerrona y se apresuró a preguntarle a su amigo:
—¿Cómo lo sabes?
—Tu esposa me lo ha dicho. Ella ve que sufres en situaciones así—, dijo Luis.
Andrés se sentó en el sofá, abatido. Y repitió la misma frase:
—Es cierto, Luis. Pero a María tampoco le puedo decir que no.
Apurando el café hasta el último sorbo, Luis se dispuso a hablar:
—¿Y qué tenemos María y yo que te impida negarte a hacer lo que te pedimos?
—Me une a vosotros un vínculo afectivo muy fuerte. Y también lo mucho que os debo por lo que me habéis ayudado en el pasado—, contestó Andrés.
—Vayamos con la primera parte… Precisamente por la amistad que nos une deberíamos tenernos la suficiente confianza para decirnos las cosas claras. Con los auténticos amigos no es necesario hacer cumplidos, ¿no crees?—, le planteó Luis.
Y tras dejar pasar unos segundos prosiguió:
—Y en cuanto a la segunda parte… Verás, de los amigos podemos esperar lo que buenamente pueden y desean hacer por nosotros. Pero en la amistad no debería haber un sentimiento de deuda. No hacemos cosas por un amigo para cobrárnoslo tarde o temprano. Quien lo entiende así está confundiendo la amistad con una relación de conveniencia.
—Pero es que a mí me gustaría hacer cosas por ti y por María—, replicó Andrés.
—Lo entiendo. Pero tanto María como yo te pedimos algo que supone un enorme sacrificio para ti; todo un engorro. Algo aparentemente menor y fácil para nosotros, que sin embargo es una pesadilla para ti. ¿No es cierto?—, añadió Luis.
—Sí. Sabes que estoy totalmente desconectado de mi anterior trabajo y en cuatro años la tecnología ha cambiado mucho. En serio, lo que me pides me supone un problema—, explicó Andrés.
—Pues aquí se cierra el círculo. ¿Qué amigo sería si te pusiese en un problema? Si lo que te pido es un inconveniente para ti, dímelo, porque yo no lo sé o no lo he tenido en cuenta. Un indicador de la amistad es podernos decir que no el uno al otro claramente y sin tapujos—expuso Luis.
—Aun así, quiero ayudaros. Y hasta cierto punto, aunque sea un problema para mí, me siento en la necesidad de hacerlo—, matizó Andrés.
—Eso te honra. Pero, ¿has pensado hasta qué punto es importante para mí lo que te pido y qué otras soluciones puedes proponerme? Porque existe el peligro de que se produzca un gran desequilibrio: un gran esfuerzo por tu parte para algo que yo valoraré más bien poco—, formuló Luis.
Andrés reflexionaba intensamente sobre todo aquello. Con pequeños gestos afirmativos, indicaba a Luis que iba asimilando los mensajes. Apuró la taza de café y levantándose le dijo a Luis:
—Querido amigo, gracias una vez más. ¡Ah, por cierto! Te llamará mi sobrino. Por un precio muy razonable te hará esa revisión y la actualización. Y lo hará mejor que yo. ¡Y en la mitad de tiempo!
Moraleja: Aprende a decir no, sobre todo a tus allegados. Si ese “no” es razonable y tiene una explicación, seguro que lo entenderá.
Exprésate sin rodeos y excusas, con sinceridad, y aportando una solución alternativa que pueda resolver el problema sin que te implique a ti.
Hazle también saber tu realidad actual. Muy probablemente por desconocimiento de tu situación no valoró que lo que te pidió suponía un problema para ti.
Y, finalmente, acepta de modo natural que también recibirás algún que otro “no” en más de una ocasión.