El asno y el caballo
Una semana después, nuevo relato corto, pero idéntica moraleja. Y es que, al igual que en la fábula que os presentamos hace siete días, volvemos a hacer énfasis en la importancia de la solidaridad y el trabajo en equipo, para que todos tomemos conciencia de lo mucho que nos pueden aportar nuestros semejantes. Con vosotros, “El cojo y el ciego”.
En un bosque cerca de la ciudad vivían dos vagabundos. Uno era ciego, y el otro, cojo. Durante el día, que solían pasar en la urbe, rivalizaban el uno con el otro. Eran frecuentes las discusiones, insultos y enfrentamientos verbales entre ellos. En alguna ocasión, incluso, llegaron a las manos. Así día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Pero una noche todo el bosque ardió y con él las chozas donde vivían. El ciego podía escapar del humo y las llamas pero la falta de visión le impedía ver hacia dónde correr, por lo que permaneció inmóvil al desconocer la dirección hacia la que aún no se había extendido el fuego. El cojo, por su parte, podía ver, así que era consciente de que aún existía la posibilidad de escapar, pero para ello era necesario salir corriendo, ya que las llamas se propagaban a gran velocidad. Así pues, lo único de lo que tenía la certeza era de que se acercaba el momento de su muerte. Ambos se dieron cuenta de que se necesitaban el uno al otro
Apurando los últimos segundos de su existencia antes de ser pasto de las llamas pensaron al unísono: «uno de nosotros puede correr; el otro puede ver». Decidieron entonces olvidar su estúpida enemistad y prestarse ayuda mutua, acordando que el hombre ciego cargaría al cojo sobre sus hombros mientras este le iría indicando el camino hacia donde echar a correr. Funcionarían como un solo hombre. Fue así como salvaron sus vidas. Y por haberse salvado el uno al otro la vida se hicieron amigos para siempre, dejando atrás su enemistad.
Moraleja: Del mismo modo que decíamos hace escasamente siete días para alcanzar las grandes metas en nuestra vida es necesaria la cooperación con nuestros iguales. Ayudar al prójimo es una acción que, además del valor humano que encierra y la consiguiente satisfacción para el espíritu, nos reporta un beneficio que difícilmente lograríamos de manera individual. Nunca despreciemos a un semejante porque de todos podemos aprender algo, y también todos, sin excepción, nos pueden prestar una ayuda de incalculable valor.